Llegamos a Villa Xabót, a eso del mediodía. El viento azotaba las calles desiertas, motivando la queja de mi nueva compañera por lo anodino del lugar. Y tenía razón, aquel poblado costero no era
ninguna maravilla. Su único atractivo, el Festival de la Luna, antiguo rito pagano que culminaba aquella noche. La recepcionista confirmó nuestra reserva no sin antes dedicarme una discreta sonrisa. Asentí.
Quise darle una última oportunidad a mi chica, le insinué que retozáramos un rato en la cama. Ella consideró mi invitación un completo fastidio. No había más que hacer.
Después de tolerar sus quejas sobre el franciscano cuarto de hotel y la frugal cena, salimos hacia la playa rumbo al malecón, donde se desarrollaría la festividad.
Bajamos a la playa y nos unimos a una fogata. A ella le sirvieron licor en un cáliz de plata, convirtiéndola en otra persona, una chica desprendida de su grave personalidad. Creo que en ese momento me enamoré de ella, pero ya era tarde. En un acto de completa entrega, ella comenzó a bailar desinhibida alrededor del fuego, acompañada por nuestras palmas. Pronto, los hombres del círculo la escoltaron en su acto, haciéndome el desentendido. Al cabo de un rato, después de desnudarse, ella se alejó insinuante hacia la arena acariciada por las olas, seguida por una legión de
admiradores. Los amantes se multiplicaron: hombres de todas las edades, salidos de no sé dónde, se dieron cita con ella, abrazándola, besándola, poseyéndola.
Contemplé sus siluetas recortadas contra la luz de la luna, revolcándose desnudos, sobre la espuma, en una colosal orgía. La luna alcanzaba su máximo esplendor; su cuerpo se encontraba tan dilatado y pálido que bien podía rozarla con mis dedos. El ruido del mar se ahogó por una serie de alaridos. Los individuos cambiaron su apariencia. Transformados en hombres lobos acecharon a su presa. Me estremecí,ella clamó por ayuda cuando fue despedazada por la manada. Su sangre salpicó la luna, oscureciéndola. Terminado el festín, los comensales se durmieron, satisfechos. Volví al hotel. Antes de marchar a casa, la recepcionista me entregó el dinero acordado. Hasta el próximo año, me dijo.
Jaime Magnan Alabarce (Chile)
Publicado en la revista digital Minatura 145
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