sábado, 2 de enero de 2016

DESPROPÓSITOS


Nuevo año. Nuevos propósitos. Así ha sido cómo nos lo han inculcado siempre. Un símbolo más, un nuevo ciclo que hemos de rellenar con metas, con objetivos, que marquen el devenir de nuestros días hasta el fin del período solar; y entonces la rueda volverá a girar, con nuevos quehaceres que den un mínimo sentido a nuestra nimia existencia.

De niño era muy dado a albergar en mi fuero interno infinidad de proyectos, cada cual más grandioso. Me sentía entusiasmado, embriagado de emoción, al ver que volvía a levantarse el telón y que la obra se reiniciaba una vez más, así hasta que la función terminara para mí. Claro, que ese final lo vislumbré como muy remoto, como muy ajeno a mí. Intuía que, a medida que el instante definitivo se acerca, mi vida sería más sosegada, y asistiría plácidamente a su ocaso, sin lágrimas ni lamentos.

El paso del tiempo, el transcurso de los años, sin embargo, me despertó de mi pueril ilusión para arrojarme de bruces contra la cruda realidad. Mis objetivos eran cada vez menores, y pronto desistía de llevarlos a término, frustrados todos mis anteriores intentos. No había de llegar la recompensa a mis esfuerzos; mi cuerpo recorrería solitario el triste camino del sepulcro, frío y tenebroso trayecto, a donde no alcanzan las voces, privado de abrazos y de consuelos, falto del calor de los ardientes besos; de los besos de esos carnosos y cálidos, rojizos, labios. Caminaré siempre bañado por el quejumbroso llanto, mientras mi cuerpo carcomido se arrastra, cada vez más dolorido, más mutilado, con un corazón calcinado, ya muerto.

Fue por ello que decidí precipitar el final, sabedor de que todo está perdido, y entregarme a una cadena de despropósitos, olvidándome de mí mismo, con la única esperanza de hallar un mínimo de dicha en una vida desenfrenada; en vivir con plenitud cada instante, aunque ello apresure mi sepelio, conocedor ya de que nadie habría de acompañarme por el sinuoso sendero. Mis pasos apresuro entre las espesas hierbas; hundo mis pies en la candente tierra y avanzo en la noche oscura bajo las estrellas en busca del gélido lecho, del lúgubre féretro donde pueda descansar definitivamente mi cuerpo.

Otro año de despropósitos, de sonrisas forzadas, de sucedáneos para el hambre del alma, de morfina para los punzantes dolores que me atenazan, en este perpetuo invierno de mi existencia. Seguiré bañando la almohada por las noches en cálidas lágrimas, cada vez más angustiado, ya muerta toda esperanza.

JAVIER GARCÍA SÁNCHEZ

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