domingo, 3 de enero de 2016

CIUDAD MANTENIDA EN GUERRA FRÍA


La joven, de escasos veintidós años.
Ojos claros, piel de miel. Sonrisa apenas insinuada,
cuyo gesto, caprichosamente, el Pintor de “La Mona Lisa”, diseñara.
Ella, estrelló la nave de la puerta del cuarto, estrepitosamente contra el marco.
La vieja de en seguida, que no le pierde pisada, se revolvió en su camastro y puteó quejumbrosa.
Es ropa —dijo la Muchacha al viejo ascensorista, refiriéndose al paquete que celosa, oprimía en su pecho. Éste: mientras apuntaba a los pisos, señalando los botones, hacía desagradables muecas, como si se saboreara la lengua, y ponía los globos de los ojos, en blanco. Mas, la fina estampa de la joven planchadora, hacía que volviera de sus abismos y aguzara la vista, en un intento por atravesar la falda y toparse con sus calzones. Un… ja, expresó la graciosa joven, cuando estuvo fuera de la jaula del lujurioso.
Eran las cinco y media, en la madrugada de un día lluvioso. El paisaje no podía ser más tenebroso: Como de Ciudad, mantenida en guerra fría. Fachadas sostenidas en desgarradas columnas, y yerbas trepadoras asomando en los balcones.
La chica sostenía el paraguas, mientras evadía charcos y huecos semejando cráteres.
Una figura semejante al Oso. Camisa color tierra y sombrero mantecoso, se emboscaba tras oscuros porches, justo delante de la joven. Cuando ésta, estuvo al alcance, la figura saltó a su espalda. La joven lanzó un alarido y cayó sentada, sobre asquerosas aguas.
El hombre: grueso como el ceibo, cara redondo luna, dejaba entre ver una abertura, que se denominaría, boca, abierta se atisbaban unos dientes extremadamente pequeños y desalineados.
¡Vaya! ¡Que valió la pena embarrarse el trasero!
¡Vamos! ¡Ángel aliviador de los tormentos! Embala el paquete, en el fondo de mi blusa, y cada quién por lo suyo. ¿De acuerdo?
La muchacha, lo miró como embrujada, al instante que expresó: —¿Qué paquete de usted, cargo yo?
Esto… Son los uniformes, de la familia de los Pérez. De las niñas, que se apresuran en irse hacia la Escuela.
Por eso voy de madrugada.
Vaya. Vaya –fue el murmullo, del hombre al encorvarse y escupirle a la cara: ¡Mi encuentro es con la Virgen! ¡Cruel y tentadora! ¿Entonces? ¿Lauda? ¿No te canceló la vuelta y te dio instrucciones?
O es el hijo de perra ¡o vos!: ¿Queréis de mí, también larga recompensa?
Una mano de hierro, la giró y la puso en pie. La chica se fijó en dos cerraduras, que prometían ser ojos, e
imploró llorosa: ¡Señor! ¡Es un error! ¡Sólo cargo la ropa! ¡Es la ropa! Y no supo más.
El puño gigantesco se estrelló en su frente, haciéndola rodar sobre el oscuro pavimento.
Al cabo de no sabe que tiempo, recuperó la conciencia, y asustada intentó ponerse en pie, mas volvió a rodar, la cabeza la sentía semejante a huevo, con la yema huera.
Se orientó y comprobó: No fue el robo, móvil del ataque. Su reloj de pulsera, lucía en su brazo. Varios billetes y monedas, que portara en el bolsillo de la blusa, regados sobre el pantano estaban. Sólo el paquete de los uniformes, faltaba.

Del libro TROCITOS DE ELLA EN MÍ de OMÍLCAR CRUZ RESTREPO

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