¡Cuánta tristeza!, mi alma mira, es una hoja moribunda de otoño.
Puedo sentir su inocencia, ya herida vuela al viento, y el dolor de su caída
en el polvo de la nada, que la absorbe y la tritura, en el final de su vida.
Camino y camino, en el parque, entre soledades, silencios y martirio.
Mis piernas dejan huellas desparejas, resisten, sobre las agujas del dolor
siento frío, la brisa helada penetra en las fisuras de mis huesos, sin el sol.
¿Dime vida, dónde equivoqué el sendero?
¿Dónde quedó mi alegría, mis ganas de vivir, de tener, dar, recibir el amor?.
pero no lo sé, quiero estremecerme en él, y olvidarme del cuerpo y el dolor.
Estoy cansado de andar, pero no debo detenerme sin luchar.
Te busco soledad, para vivir en este desgajado cuerpo, sin amores testigos
harto ya de la lucha sin cuartel, con este cuerpo, al que le dí ¡tanto castigo!.
Camino y camino, buscando un lugar, paz y descanso.
Añoro esas largas caminatas en mis montañas, perfumadas a madreselvas
con el águila en los vientos, Capitán mi perro, en el caminito de las cabras.
Un tronco con orejas muertas, golpea mi pierna que me duele.
A veces, mi mente lúcida, intenta acomodarse a estas exigencias del dolor
así, lo sienta menos, y acaricie la paloma cobijada en mis manos, con amor.
Camino y camino, en el perfumado sendero del parque, en soledad.
¡Él, conoce tanto de mis luchas y desvelos! entre su hojarasca perfumada
y mis bellos recuerdos, en cada recodo del sendero, que me lleva a la nada.
Mis ojos cansados ven el amoroso besuqueo de los horneros y su trino.
Me detengo y los admiro, han terminado la laboriosa tarea de hacer su nido
y, casi cómo un extraño sortilegio, mis fuerzas renacen y sonrío, sin testigos.
No puedo, no debo dejarme vencer por el destino que me aqueja.
Erecta mi espalda, la voluntad recuperada, retorno al sendero que adivino
y como si nada esté pasando, volveré a la inercia de la vida, y mis caminos.
Manuel F. Romero -Argentina-.
No hay comentarios:
Publicar un comentario