Oler la podredumbre
en que se convirtió el amor.
El olor a cieno de las mentiras
cuando llaman a la puerta
el egoísmo vencedor.
Acariciar los huesos desnudos
del niño que corría por calles perdidas,
estar allí y vestir su cuerpo
cundo la lluvia moje
sus delicados sentimientos
y tirite de frio y hambre
sus ojos negros y desnudos.
Dar de mi bolsillo la lismona
que quedó sin dueño y sin destino.
No callar, no…!
porque este mundo es de todos.
Haced correr estos gritos.
!Gritar estos versos sin voz!
María Sánchez -San Fernando-
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