Me miraste una vez, cuando pasabas,
y yo te sonreí; dije tu nombre,
y tú enseguida pronunciaste el mío.
Hicimos de la tarde una costumbre:
yo salía a las seis de la academia;
y cerca, en una esquina,
tu estabas impaciente, con tus libros.
Tu nombre se hizo huésped de mi boca
y a veces lo sacaba a pasear.
El mío se asomaba
por tus labios, sentíase tan bien
que a veces escondía alguna letra,
por temor a caer desde tan alto.
Un día me quedé sobrecogida:
mi nombre no volvió conmigo a casa;
se quedó entre tu risa y tu suspiro.
Pero me diste, en prenda de tu amor
las sílabas del tuyo. El Domingo
los cantaremos juntos. A dos voces.
Y así los dos sabrán que están seguros.
8 de noviembre de 2011
Francisca Gracián Galbeño -Gran Canaria-.
Tercer premio de Concurso Carta Lírica 2012
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