jueves, 29 de noviembre de 2012

AMÉRICAS


a Alfonsina Storni, Emily Dickinson,
Frida Kahlo y Julia de Burgos

I

Ir como las barcas que no tienen remos…
En el límite del tiempo sintió la saturación
a la primera bocanada.
(Pero Izanagi ocupó solo latitudes lejanas)
Perdió la voluntad, el dolor, el nombre…
y se hizo líquida.
El lecho primordial acogió su regreso
precedido de espuma.

II

Yet certain am I of the spot
As if the chart were give?
Amherst, Nueva Inglaterra, la casa.
Ante la promesa de sus ojos:
¿Quién guía las dóciles esferas?
Vendrán las gencianas a adornar los veranos
y la breve tragedia de la carne será mota
de polvo en la piel del Enigma, soliloquio
de jardín, cerrado el silencio que espera
mensajero.
¿Quién puso al arco iris sus estribos?
¿Qué frío pasivo cubrió los sepulcros
pese al pulso de los campos?
Sabré el porqué cuando termine el Tiempo

III

Vía Coyoacán: las coordenadas de la herida.
(Septiembre diecisiete como si fuese enero)
El frío del hierro –flecha o rejón-atravesó su espina.
Le dio luego alas de paja con clavos y corsés,
y un sometimiento de ruedas y cadenas;
la Casa Azul, aleteos de manos con pinceles,
papagayos y palomas, y los lienzos, un sudario
permanente, una bizma adobada de color, de raíces,
de sortilegios y lágrimas.
El camino fue un paisaje de exvotos, de anatomía
martirial en disección, Autorretrato insistente
en la doble hoja del espejo.
Diego: universo desbordado.
Frida: voluntad transgresora y santuario íntimo.
Frida y Diego, Méjico encarnado,
nido cíclico de dos y uno
hasta la síntesis última:
Un doble hemisferio palpitante en pulpa de sandía.
¡Viva la vida!, título y epitafio enhebrados
al último corazón.

IV

Solo los versos elevan en el silencio aquella voz
habitada del trópico, hija de la libertad, corazón entero
y carta de naturaleza rendidos al amor.
Y en el engranaje de Nueva York, canción amarga
sin gaviota, sin alba, tan lejos del Hudson y tan otro,
el Río Grande de Loíza.
En las calles de Harlem resuena su muerte
con aquel otro eco nocturno de la rítmica cojera
del negro rey del barrio que vieran los poetas
(primero, Juan Ramón; Federico, más tarde)
La ruta que era tuvo su puerto último allí, sobre la calle
y sus huesos, nuevo nombre.
Pero los versos la reconocen sin equívocos: Julia de Burgos.
Yo fui la vida, la vida que pasaba por el canto del ave
y la arteria del árbol.

ROSARIO F. CARTES
Publicado en la revista Nueva Grecia 1

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