miércoles, 28 de noviembre de 2012

EL CONSTRUCTOR DE CAMINOS


A Antonio Acosta, mi abuelo

“Debe existir un camino por donde se cruce de un día hacia otros
días sin necesitar del tiempo”, estas fueron las últimas palabras de mi
abuelo antes de desaparecer en el calor húmedo de un día de mayo.
A diferencia de los otros lugareños en las lomas de Puerto Plata, a mi
abuelo no le obsesionaba la lluvia o la sequía, la abundancia o la escasez
en las plantaciones. Su verdadera obsesión eran los caminos. Y
no tomarlos por asalto para descubrir su fin o su principio, ni siquiera
seguir sus trayectorias en un mapa con una pluma de pavo. Era más
bien construirlos, hacer caminos donde a ningún ser humano se le
hubiese ocurrido que pudiera construirse un camino. Para esto reducía
sus herramientas a un pico, un machete gastado por la vejez, y un
pedazo de piedra de amolar.
Salía todas las mañanas bajo la protesta de los nietos y de los hijos solteros
que aún permanecían en la casa: “¡Que papá ya usted está muy
viejo para eso!”, “¡que abuelo ya la finca está llena de caminos!”. Hasta
que lograba amarrar dos trozos de batata y unas lonjas de queso en un
pañuelo antiguo, y salir, perdiéndose en la lejanía.
“Debe existir un camino por donde se cruce de un día hacia otros días
sin necesitar del tiempo”, dijo esa mañana, mientras desaparecía tras
los racimos de una llovizna blanca.
El abuelo no volvió más.
Aún mamá dice que murió un día de mayo. Yo creo que él vive, que él
está allá, en el mañana, quizás abriendo, con sus rústicas herramientas,
otro camino hacia el futuro.

José Acosta -República Dominicana-
Publicado en la revista Poesía del mondongo

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