Ese hombre sabía los secretos del vino,
con la luz de sus manos alumbraba las uvas
que emborracha los pasos de los caminantes
lamidos por la dulce lengua de la luna.
Con su voz desbordada nombró uno a uno
los dolores que llora con sus lágrimas rotas
el que va por caminos de temblor y de espinas
lloviéndole en el alma un tiempo de derrotas.
Ese hombre perdido en un país de cigarras,
madrugaba silbando su fiesta por las calles,
besaba riendo los labios de la lluvia
y le hacía hijos con nombre de guitarra.
Cuando el sol de los pobres le acariciaba las manos
escribía manifiestos donde la luz sangraba,
era un volcán su grito contra los mercaderes
que ciegos a los niños devoran las entrañas.
Los doctores orondos, gramáticos y cuerdos,
los grises académicos de nalgas generosas,
no entendieron su lágrima de árbol derribado
ni su rebeldía de ángel por siempre excielado.
Los notarios lloraban lágrimas de tinta,
los generales apuntaban al pecho de las flores,
cuando él inventariaba los huesos machacados
y escribía la suerte que espera a los traidores.
Tenía el corazón cubierto de nidos
y la boca llena de polen y de coplas
que despertaba como si fueran niños
jugando alegremente en la piel del idioma.
Quien lo nombra quema los diccionarios,
inventa un idioma de acequias en la tarde,
en su sangre continúa el vino de la raza
y escribe el epitafio de los inmortales.
Cuando la noche reúne su rebaño de sombras,
Armando en el viento un teatro de sueños,
Tejada fecunda de libertad la tierra
besando los puños decisivos del pueblo.
Porque es poesía armada contra el tiempo,
con los libres del mundo seguirá cantando,
para que no estén solos los solos de la tierra
y amanezca en la noche de los olvidados.
Si la vida tuviera otro nombre
debería llamarse: Armando
Sergio Marelli -Argentina-
Publicado en la revista Isla Negra 331
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