Te ha poseído el mar, en tal manera,
que nunca fui capaz de poseerte.
Absoluto su abrazo, si no fuerte,
pues de ti en mansedumbre se apodera.
Manos de espuma, aunque rugir de fiera
por no lograr su acoso retenerte;
sales del agua, y en la playa, al verte,
su insistente oleaje se acelera.
No sé si te rastrea o te persigue,
mas no te alcanza, y su vaivén consigue
borrar sólo unas huellas de tus pasos.
Y en esto es que él y yo nos parecemos:
Te ofreces, aceptamos, y te vemos
coronándonos a ambos de fracasos.
FRANCISCO ÁLVAREZ HIDALGO -Los Ángeles-
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