Mientras derramas sobre mi cuerpo tus manos,
borras heridas y soledades
y mi frágil piel de alabastro
recobra, lenta, su fuerza y equilibrio.
Palomas liberadoras
de pesadillas tus manos,
tus profundos ojos
lloran un presente inacabado.
Tus hombros soportan
dolientes cuerpos desnudos
que tiemblan y se estremecen
hasta alcanzar su herida.
Cuando tocas mi carne
es mi alma la que respira,
cuando tus hábiles dedos recorren
tendones como espigas,
músculos abiertos,
incurables heridas…
eres Dios en mi tierra
y yo frágil vencida.
Mar Marchante Ortega
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