I.
Nada me deslumbra más que tu sencillez
En cada palabra y gesto que dibuja tu cuerpo
Luz viva de la vida viviéndose
Luz viva de la vida mirándose
Y como una gota ardiendo en soledad que se derrite.
Gozo al observarte tímida y tierna, franca y limpia.
Oigo tu corazón perturbado, dubitativo,
nublado, tal vez, apretando la sangre
zarandeándolo para escuchar su joven música
al ritmo de otro canto, de una fiesta que se anuncia.
La vida nos une de la mano del azar
en un dulce juego, extraño y travieso.
Zagala encantadora, déjame acariciar tu corazón.
II.
Raro, en un remanso inesperado,
inclino la cabeza y miro inquieto
como el cuerpo me habla
al oído de una mujer que apenas observo.
Rozo las manos sudando, cierro los ojos,
doy vueltas y la sangre late en pleno canto.
Ordeno las ideas pero nada logro precisar.
Como si un fluir sensitivo, un río de sueños
hurgara en cada imagen asida y fugitiva.
Es una presencia en movimiento
lento y sutil, grácil y dulce.
Lluvia de fuegos esparcidos
alta tensión, fuerza de la vida.
Rostro encantado, es el mío, ante ti, amiga.
Eres bella como una manzana levantada en la mano.
Nada ocultas en tus ojos y palabras precisas.
Posees la gracia de la luna llena
La fresca ternura de la mujer sencilla
y la infantil dulzura del encanto.
Eres tan perfecta como un amanecer
Por fresca, amable, clara, segura
En el instante preciso que te escucho.
Si yo fuera mariposa inventaría el aire
para posarme en tu ventana nocturna.
Si no creyera en mi, dudaría de ti
como agua de su sombra
cada vez que se revienta.
III.
Nado entre insomnios
como un acróbata marino
Voy a los diluvios como un alucinado
con la alterada paciencia del viajero.
Regreso vivo no sé por qué
muerdo la sal
y también bebo la dulzura del agua enlodada.
Pero he caído en un acantilado
y fascinado observo mi sueño.
Si yo fuera un desastre
la muerte me elegiría
de inmediato como su vástago.
Pero no.
Estoy, ahora, en tu calma.
Eres la sorpresa
la viva claridad de la vida.
El retorno, no la ceniza.
La esbeltez del aire, la caída,
no el naufragio.
La invención de la presencia.
Así los días desmantelados
en su loca agonía inadmisible
carcomiendo más la miseria.
Pero tú estás a mi lado
inventando otro furor del río.
Nadie más que tu
sabrá cómo navego
en este delirio de estar vivo
después de tanto desastre.
Así que te puedo decir,
desde este banco de tierra
sin más preámbulos,
que eres mi encanto
y si lloro por los otros
ahora te canto a ti
como un enamorado
sin el amor llegado
apenas preservado.
Hoy ha hecho calor
y he podido descansar en la cama
toda la tarde.
Daría todo el resto de mi vida
por saber ¿dónde,
en qué lugar me esperas?
Ricardo Cuellar Valencia -Colombia-
Publicado en la revista Arquitrave 53
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