Por Rubén Sancho
“Insultar es una forma de matar”, dice Emilio Lledó, y esta reflexión le sirve a Juan Cruz para estructurar una reflexión apasionante y de obligada lectura para cualquier ciudadano de bien con el objetivo de mostrar al lector que el insulto no es inocuo sino que genera consecuencias en las personas que lo reciben.
De esta manera Cruz aprovecha la coyuntura para realizar un paralelismo pertinente entre el estado de crispación que vivimos actualmente en la política y, sobre todo, en determinados medios de comunicación, con el estado de insulto extremo que se vivió en los años de la II República, y que sirvió de campo de cultivo para el levantamiento nacional que originó la Guerra Civil, insultos que tuvo que vivir en primera persona Don Manuel Azaña.
En ese sentido, con la ayuda de Iñaki Gabilondo y la colaboración inestimable de Teddy Bautista, y otros insultados de calado, Cruz incide en la importancia de la impunidad en Internet como esqueleto perpetrador del insulto, permitiendo que el anonimato que otorga la red se convierta en amplificador de las palabras más soeces e impertinentes, que acaban yéndose por el torrente de palabras del que insulta, pero que quedan grabadas a fuego en el imaginario colectivo de la sociedad.
Pero el secreto del éxito de este “Contra el insulto” radica, sin duda, en la capacidad de Juan Cruz para involucrar a un grupo de insultados en el proyecto y realizar una especie de mesa redonda independiente en el que cada uno expone su opinión sobre el insulto, propio y ajeno, y la violencia que ello acaba por generar en el comportamiento diario de los ciudadanos.
Porque el insulto, y esa es la conclusión general del libro, no debe de ser nunca subestimado, la palabra es la más peligrosa de las armas y debe de ser utilizada con la suficiente responsabilidad, especialmente cuando se cuenta con una audiencia dispuesta a recibir el mensaje, ¿o acaso esa audiencia desaparecería si el lenguaje se moderara?
Publicado en la revista LetrasTRL 41
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