sábado, 2 de mayo de 2020

LA IDOLATRIA DE LOS DEPORTES


(Artículo de 1922 )

     De una de las muy interesantes crónicas de Nueva York que aparecen en "La Democracia" con el seudónimo de "Jacinto Ortega", es el párrafo siguiente:
         
     "Yo me he dedicado a observar a los lectores de periódicos en un "subway" de seis carros durante uno de los días en que más acritud habían tomado los conflictos; y he sacado de mi observación la curiosísima e increíble estadística de que más de un sesenta por ciento de los hombres y mujeres que iban en aquel tren llevaban sus periódicos abiertos en la página dedicada a los "sports"... ¿Será posible? dicen ustedes. Desgraciadamente lo es. Ahí está la llaga. Esa es una de las razones por las cuales el pueblo americano contemporáneo es más fácil de engatusar que cualquier otro pueblo civilizado. El mundo se desploma a su alrededor y los buenos americanos no se dan cuenta porque están leyendo acerca del puñetazo que le dio Dempsey a Carpentier, o del "Home Run" que bateó Babe Ruth por encima de la empalizada del Polo Grounds. ¿Qué Alemania se arruina paralizando la lenta recuperación de Europa? ¿Ah, sí? ¡qué interesante! ¿Sabe usted que Miss Lenglen derrotó a Mrs. Mallory al tenis? ¿Qué la huelga ferroviaria va a paralizar las industrias del país? No me diga. Si los Giants y los Yankees ganan en sus ligas respectivas veremos otra lucha por el campeonato mundial de base ball en Nueva York. ¿Qué el carbón va a subir de precio? Miss Wainwright rompió el record nacional de natación..."

     Exactísima la observación. Pero lo triste es que lo mismo sucede en todo el resto del continente americano y, quizás, en todo el mundo civilizado, si bien en ninguna parte se acentúa tanto el fenómeno como entre los norteamericanos.
     Aquí en Puerto Rico, sin ir más lejos ¿hay nada que sacuda y suspenda el ánimo de las gentes tanto como un match de baseball o un encuentro entre dos afamados boxeadores? Pues lo mismo sucede en Lima y en Montevideo y en Buenos Aires. Es una borrachera de "sports" que hace del hombre moderno un ente muerto para todas las cosas del espíritu. Porque ¿qué puede esperarse de un ser humano que tiene todas sus potencias mentales embargadas por lo puramente físico y anecdótico del drama universal? ¿Cómo esperar que un autómata así, que no para la atención sino en el accidente trivial que colorea la superficie del mar de los acontecimientos, pueda reaccionar en una hora dada contra sus hábitos de acción y de pensamiento que perpetúan la injusticia y la deformidad del sistema social carnicero y embrutecedor bajo el cual vivimos y aspirar a derrocarlo o mejorarlo?
     A menudo me he detenido a contemplar el hervor de entusiasmo, casi de locura, que el hombre de hoy pone de manifiesto para estas cosas en que hacen papel de héroes los pies y los puños. Y me he preguntado hasta qué desmesuradas proporciones llegaría el esfuerzo colectivo en un momento dado en pro de esta o aquella causa grande y noble, si se lograse tan sólo desviar hacia objetivos más altos la mitad siquiera de la tremenda fuerza impulsiva que arrastra al hombre hacia los “grounds” de baseball y los “rings” de boxeo.
     ¿Y por qué esta loca y universal afición a los deportes? ¿No vale la pena preguntarse eso y ver de estudiar el fenómeno y combatirlo, ya que le roba a la humanidad más de un noventa por ciento de su fuerza para abrirse camino, por entre el error y la ignorancia, hacia planos más altos de vida social?
     Por lo que a mí toca, siempre he creído que esta idolatría del deporte viene de lejos, viene de la deificación de la forma y de la carne, de lo puramente corporal, que el seudo-paganismo del renacimiento implantó como concepto básico de toda la cultura moderna. Esto, que fue en su día una reacción saludable contra la grosera fobia de todo lo humano que trató de introducir el cristianismo, se convirtió a la larga en un mal, como sucede siempre con todo concepto que se estanca.
     “Mente sana en cuerpo sano” fue y es una dogma que desde la escuela se nos hace tragar. Todo el mundo comulga todavía con el tal dogma, producto cristalizado del estado aquel de conciencia, provocado por el renacimiento, que, en desquite de la sombría austeridad monacal del cristianismo, hacía del cultivo del cuerpo la preocupación cardinal del hombre. Y, sin embargo, lo de “mente sana en cuerpo sano”, que pudo ser bueno y cierto como reacción contra el anacoreta, no deja de ser hoy una vil paparrucha. No es del cuerpo sano de donde nace la mente sana, sino, precisamente, al revés: de la mente sana es que nace el cuerpo sano. ¿Puede ser sano el cuerpo de una humanidad cuyo espíritu está todavía en las tinieblas de la barbarie? Curémonos de ésta y todo lo demás se nos dará por añadidura.
     ¿Por qué hay cuerpos deformes y lisiados? Por efecto de las dolencias y degeneraciones que engendran a diario la guerra y la miseria. ¿Y éstas de qué proceden? Del estado social groseramente inculto que no ha sabido aún reemplazar la filosofía caníbal del individualismo y de la competencia por la sabia y noble filosofía del colectivismo y de la cooperación. Ya veis, pues, cómo sin el cultivo de la mente, de nada vale que se atienda el cuerpo. 
     ¿Qué puede hacer el hombre embaucado desde la escuela en las horribles supersticiones y supercherías que le sirven de base a nuestro sistema social, sino enamorarse perdidamente de las patas de un héroe de baseball o de los puños de un héroe del ring? Si en la escuela, en lugar de abrumarlo y aletargarlo de muerte con horrendos librotes, rellenos del detritus mental de nuestros antepasados, se le supiera sacudir y despertar la curiosidad hacia ese mundo vario y alucinante que muestra sus maravillosos secretos al que ha aprendido a seguir en los libros (no escolares, esto es, soporíferos y muertos, sino vivos, palpitantes, llenos de actualidad), y fuera de los libros, la marcha del espíritu humano a través de la selva oscura y misteriosa de la realidad ¿acaso habría nadie tan infeliz, tan aburrido, tan vacío de emotividad, que se resignase, por todo recreo o delectación, con el cencerro musical de una cupletista, o los triviales y monótonos incidentes de un deporte físico, cualquiera que sea, cuyo interés reside todo en los pies o en los puños?
     Mente sana en cuerpo sano... No, bárbaros; al revés, al revés es como hay que enseñárselo a nuestros hijos: cuerpo sano en mente sana. Si quiere ser usted un animal limpio y sano, límpiese y cuídese el cuerpo; pero si quiere ser usted un ser humano limpio y sano, empiece por lavarse y cultivarse la mente, el espíritu, del cual es su mísero cuerpo un simple, un insignificante accidente. Enséñele eso a su hijo, señor, y su hijo, en lugar de coger el periódico para buscar la crónica de baseball o de boxeo o de hipódromo y las anécdotas pasionales y policiales, buscará el suceso grande por cuyo interior discurra jugo de trascendencia de drama y de vitalidad.

Publicado en el blog nemesiorcanales
Compartido por Osvaldo Rivera

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