viernes, 29 de mayo de 2020

ÉL Y ELLA EN LA PECERA


Ella está sentada. Distante. Amurallada. Él observa el salón como una pecera. No hay mesas vacías. Ella es la única sola. Él le pregunta: “¿Puedo sentarme?”, y sonríe.
Ella no gira. “No.”, responde. Él ya se sienta. “¿Me levanto?”, y sonríe. “Si se quedará, quédese en silencio.”, ordena ella. Él pide un café. Señala que su cuenta es aparte. Todos alrededor conversan. Ella y él, en silencio. El camarero trae bebida, taza, plato, cucharilla, azúcar, cenicero. “No fume.”, ordena ella. “Nunca fumo.”, y sonríe. “Quédese callado.”, reitera ella. Y él sonríe y precisa: “No deseo hablarle. Trato de tomarme el café sentado.”
Ella indica: “Introduzca una mano por debajo de la chaqueta que está sobre mis muslos.” Él mete una mano y siente el calor a través de la falda. Ella atrapa la mano cerca de su sexo.
La bofetada resuena. Como si descendieran por un tobogán, el camarero lo expulsa. Y le ofrece disculpas a ella: cliente habitual, ciega por golpeadura de su primer amante. Una ciega decidida a desayunar sin compañía en la pecera. Aislada de cualquier pez, depredador o no.

Del libro Bla, bla, bla, bla, bla sobre el amor de FRANCISCO GARZÓN CÉSPEDES

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