viernes, 29 de mayo de 2020

MEDITACIONES CONTAGIADAS POR UN VIRUS


Mis brazos han tenido descanso pues no han querido repetirse en abrazos con la única persona que me acompaña, a quien veo desde temprana mañana sin dejar de verla pues juntos almorzamos, con breve pausa de siesta que luego se interrumpe para estar nuevamente con mi nuevo ángel de la guarda, tal vez solo separados por una pared, o por un piso, hasta que uno de los dos decide interrumpir la compañía, para dormir o disponerse a ello, en otra habitación, pues no hay acostada compartida.
Para qué abrazarla cada vez que la veo, si en realidad no dejo de verla, y abrazarla entonces permanentemente sería sospechoso y quizás una actitud de parte mía, indebida. Mis brazos no abrazan en cuarentenas. Y sin abrazos, tampoco hay besos, ni siquiera besos por convivencia.
Mi corazón no ha tenido descanso, pues late con acelerada impaciencia cuando percibe con razón una ya prolongada ausencia, cuando mi cuerpo recuerda el calor de una cercanía hace tiempo lejana, o cuando siente alejarse cada vez mas las caricias hasta hace poco cercanas, que a ese mismo corazón enternecían y mimaban.
Estoy encerrado con una multitud de dos, y se nos prohíbe salir a una calles transitadas por cientos de personas a las cuales se les tiene prohibido salir. Qué tentación transgredir la norma para caminar dos cuadras y comprar unas frutas, pero qué susto, me impido salir para no pagar de multa un millón. Soy esclavo de un mandatario por quien no voté, que me dice qué puedo hacer y cuándo puedo salir, tengo casa por cárcel sin haber cometido un delito como sí lo han hecho 64.000 personas en mi país, que pagan condena en sus calurosos hogares; no puedo salir a caminar por las abarrotadas calles prohibidas, pues soy un anciano mayor de sesenta años, una reliquia para proteger y cuidar en reclusión.
Se prohíben los parques para los niños, se prohíbe enseñar; se prohíbe que la gente muera, menos aquellos que las grandes empresas necesitan, aquellos que antes del virus les permitieron a ellas multimillonarias ganancias, aquellos que ahora se deben sacrificar, aunque si no marchan muy bien las cosas, aquellos que mañana tendrán que renunciar.
Tengo miedo de que mañana cuando se me permita salir no sepa a donde ir, no reconozca lo que vaya a ver, no me pueda sentar en la misma mesa del viejo café, si acaso se me permita tomar café. No sé que me ordenarán, cómo debo actuar, pues ahora el fascismo disfrazado de protección ciudadana se impondrá, evitando la democracia selectiva de los deseos y la burguesa satisfacción del cumplimiento de ilusiones.

Jorge Alberto Velasquez Peláez

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