Estaba lloviendo a cántaros sobre la ciudad,
los charcos morían a los pies de las casas,
en las habitaciones, indolentes humanos, yaciendo en el sofá, absortos ante modernos televisores,
hábiles en expandir un mar envenenado
de tristes sucesos,
acopio maligno anudado al fraude humano.
Sigue lloviendo a cántaros sobre la ciudad,
pero nadie escucha más que un leve goteo en los tejados.
Ha llovido, está lloviendo a cántaros.
Nada cala, sólo áridos corazones sin poder llorar, es triste, muy triste, no poder llorar.
Consuelo Jiménez.
Publicado en el blog la oruga azul
No hay comentarios:
Publicar un comentario