Él corre semidesnudo por la calle que aún no despierta. A esa hora ella aparece. Él lo tiene cronometrado para durante seis madrugadas coincidir con la salida de ella del metro. En las tres anteriores parecía destrozada. Esta vez ella, de una ojeada, le talla los músculos: pecho, brazos, muslos, y se detiene porque: Lástima de las piernas, insignificantes. Y aunque acepta que es una superficialidad, no le perdona ese modo inarmónico en que comienza o termina su cuerpo. Y es que él se exhibe como si fuera prototipo de perfección cuando lo que sí debe ser es un fantoche descerebrado. Uno con piernas para un catálogo de esperpénticos alambres. Se exhibe, se toma su tiempo. Y tiene más experiencia que la que muestra. Él considera que una madrugada dentro de dos días, le dirá a ella un elogio sobre su energía, sonreirá humildemente y se burlará de sí y de sus
extremidades. Y ella verá los ojos, el rostro de él, no sus piernas; el torso, los muslos, no sus piernas; verá los ademanes abiertos. Momento en que él se despedirá.
Del libro Bla, bla, bla, bla, bla sobre el amor de
FRANCISCO GARZÓN CÉSPEDES
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