Ella se acerca a él recostado indolentemente contra un muro y le muestra sobre la palma derecha un caracol de gran belleza por sus tonalidades. Él, sin averiguar si la concha está vacía o habitada, cierra su enorme mano sobre la de ella: el caracol resulta triturado. Como el molusco está dentro, la viscosidad deja sentir su leve humedad. Ella no consigue meditarlo, decidirlo: el impulso la lleva a hacerlo. Extrae de la falda un abrecartas y clava su punta en el puño casi cerrado de él, mientras piensa que al caracol le ha ido peor
Del libro Bla, bla, bla, bla, bla sobre el amor de
FRANCISCO GARZÓN CÉSPEDES
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