sábado, 23 de mayo de 2020

EL SOL OCULTO DE MONELLE Y MARCEL


De la mano de Marcel,
emergió Monelle de las penumbras del mar que me tenía cautivado
en la hora previa al crepúsculo.

Apenas recordaba yo sus palabras antiguas,
nuevas en boca de Marcel,
pero el viento ululante y helado como una medusa abisal
volcó en mis oídos el alfabeto primigenio de Monelle:
«No ames tu dolor, puesto que no ha de durar».

Marcel la abrazó entonces
para que el congelante mar no les impidiese hablar y ser felices
            en el «momento fulgurante»:
«Agota en cada momento la totalidad positiva y negativa
            de las cosas».

Y Monelle redobló ese abrazo fundente
para no sucumbir ambos en el vórtice azaroso de una torpe nada
sino en el fluir de la vida muerta y la muerte viva:
eterno río fugaz, constelación esplendente,
fulguración del universo inaccesible.

Delante de mí, en el ocaso de la luz,
los cuerpos enlazados de Marcel y de Monelle
se iluminaron poco a poco
hasta alcanzar una apariencia de roca arenisca
tocada por la baba de un sol oculto.

Recordé entonces lo que Monelle — ¿o acaso fue Marcel? —
sentenciaba, en el remolino de pasadas penumbras:
«No te preocupes por tu libertad: olvídate de ti mismo.
Sé el alba mezclada con el crepúsculo».

ALBERTO A. ARIAS -Argentina-
Compartido por Rolando Revagliatti

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