Prendido de la estela gris que dejó la luna cuando se desvistió, un hombre de cristal escribe poemas en las páginas nebulosas de universos inconfesos.
Agita la sangre irrompible y su voz vidriosa rasga la noche preñada de estrellas.
El eco disonante de su canto expande el universo dormido. Sus versos son semillas germinantes plantadas en los linderos de circunstancias impredecibles.
Nuevos soles, galaxias en gestación, caminos empedrados de años luz, todo un maremágnum esparcido por vientos cósmicos, capaces de rasgar las vestiduras inmanentes de las deidades gélidas que deambulan acorraladas por las oraciones.
El hombre de cristal desciende en reversa para dejar sus versos en los surcos externos de la Vía Láctea, justo en el centro del tercer planeta a la derecha del Sol. Un planeta como tantos, pero único, desde donde observa y comprueba que el universo es una mujer en labor de parto.
Elí Omar Carranza Chaves -Costa Rica-
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