Cuando empezaba a extrañarte porque llegabas más,
más seguido, casi a diario,
y tu mirada se había convertido en una adivinanza,
una suerte de mirarte y no reconocerte,
verte y tener la sensación mala de que no estabas,
que habías llegado, pero no, que te habías quedado
en la puerta, asomada por la ventana, en el pasadizo,
que me lucías sin sombra, sin perfume, sin voz,
sin huellas en la cama, sin peso, casi transparente,
no tuve más remedio que recibirte así, por inercia,
me entretuve en el halo de tu presencia, callé también,
te miré a través, y empecé a buscar canciones antiguas,
las formas del corazón, engañosamente romántica,
frialdades, ases, corazones, espadas, números,
máscaras que enturbian la verdad, que mienten,
que esconden sentimientos para ganar puntos, dinero,
la vista aguda que escudriña gestos, rostros de piedra,
fichas, el ardid de jugadas engañosas, sí, así te vi,
fui reconociendo tus movidas poco a poco,
como el mal jugador de póker, me demoré y fallé;
cuando descubrí que no llegabas tú, que eran engaños,
que no entrabas tú al cuarto, que ya no eras y mentías,
que dejabas tu cuerpo afuera, que eras un fantasma
y jugabas tus cartas con un jugador primerizo,
entonces, permití que continuaras llegando sin llegar,
jugué un póker al estilo tuyo, celebré tus triunfos, tú,
gozaste, viste mis señas ineludibles de quererte,
me viste abrazarte, creer tus cosas, ya no fingiste,
apareciste como eras, bella, inmensamente fría, amorfa,
te ibas y venías para ganarme, para jugar tus cartas,
en un juego de póker en el que salí perdedor, sin fichas,
atesorando como único premio, tu candidez primera,
nuestros primeros recuerdos, tu figura al comienzo,
engañosamente bella, casi perfecta, una buena jugada
en cualquier luego, una movida digna del jaque,
una forma del corazón.
De poemario “Poemas de Un Amor Residual” de
Gustavo García Soto
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