Dejé, como cada noche, en reposo mi vida; durmió mi alma; no descansó mi corazón aunque latió como siempre sin cesar, pero sin conmoverse pues sus sentimientos también durmieron como yo.
Despierto, pero no veo. Oigo los trinos que cortan el rocío de la mañana, oigo el mudo crecer de las plantas, y siento que afuera hay un silente y brumoso paraíso, pero no lo veo. Miro de nuevo hacia cualquier parte pero nada veo. Me miro hacia adentro y solo observo lo que siento, pues tampoco en mi interior puedo ver, solo sospecho.
Ya lo sé. No veo nada porque lloro, porque mis ojos se ahogaron en lágrimas, porque hay un tsunami de ellas con enormes olas que dejan transcurrir el gran llanto, aunque desmenuzado en muchos..., más pequeños, interminables y constantes. No sé por qué lloro. Quizás por la felicidad de aun ser, quizás por el temor de no poder mas vivir, o quizás porque tiene mucho más por vivir mi afortunado ser.
Jorge Alberto Velásquez Peláez
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