Al entrar a la casa cerré la puerta y alcancé a ver que el reloj marcaba exactamente las 10:29 de la mañana, así que pensé que aún tenía una hora para dormir y con suerte un poco más. Todo estaba arreglado para que fuera un gran festejo para ella y para mí, preferiblemente sin errores como los de la última vez. Parecía tan perfecto, pero todo cambió en el momento que atravesé la sala y me dirigí a la cocina por un vaso de agua, rompiendo una regla que no se debe de romper bajo ninguna circunstancia...
Arturo Hernández
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