Cada día por las tardes,
cual si fuera romería
o como si manda debieran,
al cerro suben de prisa,
con lluvia, calor o brisa.
¡Ya arriba la antorcha arde!
Burros, a secas les dicen,
sin ser de los que rebuznan
o nuestras calles tapizan
con sus verdes cagajones.
De la cima sale un humo:
denso, acre y oloroso,
de lejos se ve brumoso
-como incienso religioso-
sin que, de forma alguna,
se queme tan sacro insumo.
En noche oscura parecen
luciérnagas encendidas
entre el matorral escondidas;
y algunos hasta amanecen
¡Y bien pronto se enloquecen!
ABEL RIVERA GARCÍA.
No hay comentarios:
Publicar un comentario