miércoles, 24 de mayo de 2017

MORIRSE SOLOS, SIN SUEÑOS NI DESTINO


El conserje de un edificio
se ahorcó en su habitación.
No dejó recado póstumo
ni tenía familiares.
Tampoco se supo su nombre.
Murió solo. Su cuerpo fue enviado
al Servicio Médico Forense
en calidad de desconocido.
La Jornada /1995.10.18

Mira que el sol
a veces se esconde
para algunos.

Avanzamos sobre los minutos
como puntos suspensivos
que no conducen a meta ni destino.
¿Cuántos días nos quedan para morir?
A lo mejor mañana no podré escribir
otro poema,
ni decirte buenos días
o darte un beso.
A lo mejor mañana
amaneces viuda.
Yo estaré rodeado
de algunas personas cercanas
que se enteren;
pero otros están completamente solos
desde el alba hasta la oscuridad de media noche;
viajan solos en este tren de sinsabores
y ni siquiera el día de su deceso
quiere la muerte aparecerse
-siente flojera llegar a la desolación,
a lugares totalmente intrascendentes-.

Solos, solos,
sin alguien que les abrace o grite o los calumnie,
sin quien siquiera deje un rato su hombro
dispuesto para el llanto.
Por eso se mueren;
a veces poco a poco,
a diario,
cada rato van perdiendo un poco de aliento
y no hay manera de encontrar de nuevo la ruta
ni el destino.

De repente descubren que hay otras maneras
de encender el fuego
y van recolectando pólvora en las calles,
en cada rincón que descubren,
entre bancas y prados de jardines
en cualquier resquicio de la vida,
hasta que un día ya tienen la dosis suficiente
y emprenden el retiro
en medio del desaliento y la tristeza
o entre la luz multicolor de la esperanza
porque creen que hay por ahí
un dios que aguarda su llegada.

Se van sin despedirse,
así nomás,
no hay quien escuche sus palabras
y emprenden el vuelo,
cruzan las nubes,
arriban al horizonte
se acurrucan silenciosos en el infinito
aunque siempre hay una fosa común que los abrigue.

ROBERTO ARIZMENDI RODRÍGUEZ -México-
Publicado en Gaceta Virtual 124


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