Habla
Juan
El ocaso establece los olivos con sencillos contornos de silencio, con despojos de inéditas penumbras.
Llovizna una tristeza minuciosa.
Filamentos de torpes telarañas capturan las plegarias, nos envuelven con sus viscosas hebras diminutas.
Altas constelaciones de rocío desgarran, casi lámparas dementes, telares de la sombra, en la espesura.
Los troncos enlutados, retorcidos, pueblan Getsemaní de verdes ramas y redes de vitales nervaduras.
Ya no escucho los salmos,
a lo lejos.
En la tarde,
Santiago se adormece.
Mi hermano ha sucumbido a la fatiga y sueña,
arrebujado en los temores y en los pliegues raídos de su túnica.
Más cercano que el tiro de una piedra; Jesús apoya el rostro demudado sobre ceniza, pálida y litúrgica;
suplicándole al Padre lo libere de cálices saciados de amargura, látigos inclementes, intemperies, dríadas de sonámbulas conjuras.
Desde el sitial del odio,
los ancianos alumbran el perfil de sus navajas en siniestros oráculos de luna
y precipita zarpas, espolones transitando sus cóleras, precisas como sendas de muerte...
la tortura.
Simón resigna todos los desvelos,
se extravía en destruidos laberintos donde no existe el tiempo ni el cansancio ni los mudos espectros de la angustia.
De bruces en el polvo,
abandonado,
rodeado por la luz agonizante,
(esa luz de estertores amarillos muriendo a dentelladas, desplomándose en tinajas solemnes y nocturnas)
descienden, de su frente atormentada, espesas gotas de un sudor sangriento, mientras se oye el sigilo de la furia.
Un aullido de zarzas fatigadas trenza largas condenas espinosas hacia el círculo oculto en madrigueras
o en regiones de trágicas injurias.
Y ésa,
Su voz surgiendo de la nada, reprochando lo débil de la carne,
esta fragilidad de la custodia... cuando el Hijo del Hombre, el Elegido, con su mansa inocencia mutilada se entregará al martirio,
que lo acecha entre rojos muñones de locura.
Febriles,
las miradas soñolientas enceguecen con trágicos destellos que emanan -manantiales solitarios-
del designio trazado en las fogatas cuando el hombre era, apenas un pecado,
un reflejo de azogue en la espesura.
Del libro Crónica de las huellas de
NORMA SEGADES -Argentina-
Publicado en Editorial Alebrijes
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