Sin dudarlo, quisiera virar el alma mía,
liberar a la quilla de este fango
casi eterno, insoportable, prieto,
como la brea que cubre las heridas
de mis sueños.
Sin dudarlo, así lo siento, buscar
los vientos de levante y dejar
este lugar donde acaba lo humano,
donde la noche es un grito hiriente,
y es perenne, es una muerte lenta,
un naufragar horrible, deshonesto.
Enderezar el casco que fue magia,
que fue panal, que fue mañanas
preñadas y amantes de lo bello;
pero el tiempo ha muerto,
y el “escaramujo” cubre mis sentidos,
es la piel de los barcos en el fondo,
cementerio abisal, inexorable
como una sonda repleta de morfina,
hacha indolora que transpone
para siempre, y ahuyenta el sufrimiento.
Es pernoctar borracho en la cubierta,
desafiante y loco ante la eminente
embestida de la mar, envuelto
de tormenta y oleaje, insultando
a Neptuno, ausente mío,
maldiciéndome por lo que soy
y lo que siento.
Paco José González
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