lunes, 26 de noviembre de 2012

LOS LUGARES de la MEMORIA



Cuando hablamos de poesía de la memoria amalgamamos en el mismo concepto los ámbitos espaciales y los temporales del suceso recordado, cumpliéndose en ello paradójicamente la Teoría de la Relatividad, y en concreto la definición espacio-tiempo que recoge la noción de que el espacio y el tiempo ya no pueden ser consideradas entidades independientes o absolutas. Y en realidad así sucede generalmente en el poema, en la emoción recordada que aunque esté producida por el recuerdo de un instante o al revés, de un lugar, arrastra irremediablemente consigo al otro parámetro.
Sin embargo eso no se produce siempre y, salvo en la poesía intensamente intimista, prevalece en el recuerdo la presencia de los lugares donde se cobija la emoción. Dice Juan Carlos Mestre: “Siempre se regresa al paraíso perdido. Lo cierto es que uno vuelve al territorio de la infancia, a los “loci memoria”, a los lugares de la memoria. Son los espacios donde tuvo uno por primera vez conciencia de la palabra árbol, de la palabra río; donde vio por primera vez una mariposa, un relámpago…” Y Borges dirá: “Se que he perdido tantas cosas que no podría contarlas y que esas perdiciones, ahora, son lo que es mío… No hay otros paraísos que los paraísos perdidos.”. Es decir se canta lo que se pierde, pero esas pérdidas tienen un espacio… Todo paraíso estuvo ubicado en ese ámbito físico de la dicha. Tomás Segovia escribe en sus Diarios: “Cuando evoco alguna época mía, tengo la sensación de que esa época no está en el tiempo, sino en el espacio…”.
Cuando Juan Cobos Wilkins dice en Biografía impura: “Un niño mira sombras en la pared. Ignora/ aún qué es sombra…/…/ Es su relámpago, el inicio de su memoria/…” está definiendo el proceso de transformación de un fenómeno que se produce en el espacio en la raíz emocional de la memoria. Cuando Coriolano González en el poema de Códice de la ciudad de su libro Otra orilla (2004-2007), se pregunta: “¿Dónde aquel banco en el que fui besado/ por vez primera/ y el tiempo se detuvo?, ¿Dónde están aquellas plataneras/ que desbordaban de luz y olor/ la travesía por el barranco…”, no hace sino reconstruir esas emociones sobre la planta real del espacio recordado. Y si Víctor Jiménez en El tiempo entre los labios desciende a la memoria lo hace al espacio ineludible de sus emociones: “Puente aquel de San Bernardo,/todavía pasa el tren/ de mi infancia por debajo.”. A veces el espacio, el “loci memori”, es la propia carne, la inmediatez de la emoción es tan profunda que la memoria tiene argumentos para su recuerdo:“ La piel tiene memoria. Cada rayo/ de sol, cada caricia, cada brizna/…/ Piel con piel, en la tuya/ redescubro esas páginas / que el terco tiempo escribe/…/”dice en Intermedio Juan Lamillar.
En La casa que habitaste, de Jorge de Arco en un lento proceso de retorno se hace presente aquel lugar:
“Regresas hoy a lo que fuera tuyo/…/ al río extenuado de esta casa./…/ Han pasado los años y las sombras/…/
Giras el pomo y arden/ los ojos y los labios/ al cruzar las heridas de una puerta silente/…”, y esa es una
presencia lacerante : “Ahogas una lágrima –o un grito-/ de ausencia en la garganta/…” , en ella “Resbala el alba/ por tu melancolía y amaneces/ con un puñado / de soledades rotas/…” y vive lo perdido regresando en el tiempo: “…y atrasa el corazón cuando memoras/ la albórbola irredenta de los pájaros, / el olor de la harina molinera,…”, al fin y al cabo los instantes de la dicha que se fue y que en esta casa se hace dolorosa herida: “ Y nada duele tanto/ como la certitud de tantas soledades/ aún por recorrer,…”.
La mirada del poeta hacia el pasado no es hacia algo perdido, ya que permanece en el corazón, emoción
reconocida en el sueño de un mar, en las imágenes recobradas de una luz que viene de nuevo desde un cielo topacio, desde unas nubes, desde las montañas lejanas en los húmedos alisios, una vida que se hace dolor y presencia: “Soy poeta de la distancia.
Escribo hacia el pasado. Miro a mis islas desde ese mito inaprensible, desde esa inaccesibilidad que trastoca mi alma…” dirá el poeta canario José Carlos Cataño en Lugares que fueron tu rostro. Y el tangible lamento del muecín le devuelve a Encarna León en Lluvia de Aljófar unos espacios de la tierra que la memoria aviva: “El muecín me trae otras tibiezas calmas/ de amigos que se fueron,/ amantes, ellos, de minaretes/ acequias, escarcha y palacios. De jardines de té, de hierbabuena/…”.
En el recuerdo de lo inmediato, de los lugares donde se estructura la memoria de la sensibilidad, es bastante frecuente y además es el primer estadio en la elaboración de esa emoción que permanecerá para siempre en el poema, al margen de que cohabite con el recuerdo del tiempo; pero el tiempo pasa, quedan intactos los lugares de la memoria…

Francisco Basallote
Publicado en la revista LetrasTRL 41

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