martes, 25 de septiembre de 2012

CANIBALISMO A LA CARTAGENERA


Por Juan Carlos Céspedes -Colombia-

La carne humana no tiene mal sabor, esto no me lo dijo el antropófago alemán, célebre por las noticias internacionales, sino que me lo comentó doña Leo, mi vecina de cuadra, cuya misión en la tierra es saber a qué hora salgo y cuándo regreso. Me lo espetó así no más, después de recriminarle su añoso hábito de fisgonear al prójimo por las ventanas. Esto me quedó dando vueltas en la cabeza, tanto que apenas tuve la oportunidad de encontrarme con el filósofo Baba Alí, le pregunté por esa costumbre nefanda de destruir vidas ajenas a punta de bemba. El sabio caribeño elevó sus ojos al firmamento, y después de un extraño mantra me respondió que en esta ciudad esto es más antiguo que el acoso del pirata Francis Drake, más viejo que las nuevas botas viejas del “Tuerto” López. Que la saña con la que se come la honra ajena no tiene parangón en ninguna parte del mundo. Seguramente habré puesto cara de incredulidad porque se molestó mucho y me dejó plantado en medio de un mar de expresiones ininteligibles (creo que despotricaba en latín, en arameo o en “paisa”).  

      Me fui al Parque Bolívar o “Parque de los Chismes”, allí me topé con el poeta Alvarino, célebre por su libro de bolsillo “La Generación Fallida soy yo”, el cual fue comentado largamente por The New York Times el mes pasado. Le conté de mi encuentro con el filósofo, y él me confirmó que aquí nadie llega a nada si no difama a su mejor amigo, a su competencia, o a algún poeta de “rancio desaliño”; que la suerte de la ciudad y sus habitantes se decide entre whisky, pasabocas y chismes. Esto sí me dejó perplejo, yo pensaba que al nativo le gustaba el pescado frito, el arroz con coco, la arepa con huevo, el dulce de mongo-mongo, el voto en blanco, reelegir a cualquier bandido, puyar ojo y descansar en hamaca al vaivén de la brisa marina,  pero no tenía idea que había preferencia por el cartagenero a la brasa. Me despedí del poeta, que me amenazaba aleve con leerme sus últimos poemas sobre el suicidio.

      A partir de ese momento miraba para todos lados, me pegaba a las paredes, saludaba de lejos a quien me reconocía, me alejaba de quien me quería vender minutos, dejé de saludar al Marqués de los Mojitos, incluso, me le escondí al doctor Vilipendio, de quien supuse era un gran comedor de prójimos, ya que su enorme barriga lo delataba, amén de sus constantes paseos por la Fiscalía para enterarse de los sumarios propios y ajenos. Después de tantas gambetas paré una mototaxi y le dije al desmovilizado que me sacara del centro cuanto antes, que tenía miedo que me siguieran los caníbales del éxito.  

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