(I)
Conjuramos, de nuevo adolescentes,
cada íntimo fervor que nos devora,
conspira la razón, el tacto explora,
a la vez libertinos e inocentes
Jugamos al amor, ambos conscientes
de cada restricción de espacio y hora,
tediosa circunstancia que aminora
nuestras expectativas más urgentes.
Callejuelas oscuras, solitarias,
aptas para las ansias incendiarias
que a nuestra edad abrasan todavía.
Ah, nuestro audaz, eufórico regreso
a los años de azul, a aquel exceso
más que de realidad, de fantasía.
(II)
Hoy renacen con ímpetu maduro
los anhelos de idilio, de flirteo,
ya cabalgando el potro del deseo,
o en la rosa sutil del amor puro.
Me aproximo, vacilo, me aventuro,
por no saberte súplica o bloqueo,
y es al fin tu espontáneo ronroneo
signo inequívoco, y me transfiguro.
Ausente ya vacilación y duda,
empiezo a verte, sin estar, desnuda,
y hasta el fondo del alma me percibes.
Jugamos al amor, y es nuestro juego
bamboleo entre vértigo y sosiego,
y nada te deniego ni prohíbes.
(III)
¿Jugamos al amor? No, no se juega
con las intimidades de la vida,
que nos brinda su trama entretejida
de sensatez, espíritu y entrega.
Nuestra locura de oro nos anega
en aluvión de fiesta enardecida,
pero hay algo mayor, que nos convida,
más que a intenso placer, a ofrenda ciega.
No juguemos, hagamos. Cuerpo y alma,
ternura y seducción, tráfago y calma,
conexión de intangible y desenvuelto.
Venga sobre ambos en diluvio de oro
cuanto férvida anhelas, cuanto imploro,
y en ti resida, en tu embriaguez disuelto.
FRANCISCO ÁLVAREZ HIDALGO -Los Ángeles-
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