martes, 25 de septiembre de 2012

DESPIÉRTAME CUANDO PASE EL VENDAVAL


Por Juan de Dios Sánchez Jurado

La brisa golpea con fuerza las ventanas, sacude las láminas del techo. Sabemos que las lágrimas no se monedean, en lo posible no deben llorarse ni los muertos. Vivimos en medio de una balacera,  lidiamos los contoneos de la tragedia a punta de piropos. A juzgar por los tambores y las luces, parece que instalaron una miniteca en el cielo. Nos han convencido, las mentiras consuelan hasta al menos tonto, categorizar la piel reserva para el mejor postor el beneficio del pecado.

      Está lloviendo duro, como dicen que llueve cuando Dios se enfada. Desnudamos nuestros cuerpos y ejercemos maniobras para eximirnos del hambre. Esperamos a que el agua nos llegue a las rodillas para salir a pasear, nos enorgullece mostrar la sonrisa con la que peinamos nuestro célebre fastidio. Llega la tempestad y se va la luz. Prendemos una vela y rogamos que la electricidad ocurra sólo en las alturas. Nuestra capacidad de decepción no tiene límites, pero andamos contentos, la esperanza es un barquito de papel flotando en nuestra alma estancada.

      Y después del vendaval, siempre el mismo inventario: La dicha de haber visto un relámpago a los ojos y acusar la debilidad de los árboles con el dedo; les prometemos levantarlos sólo si se comprometen a una cosa: Servirnos como canoas para viajar hasta una orilla lejos de nuestra residencia en el fracaso. Ellos, en la comodidad de su derrumbe, se hacen los que no entienden.

      La lluvia es un fantasma que tropieza contra todo. Nos sentamos en el suelo a lamer los platos vacíos, agradecemos en silencio que al menos un par resistiera la herida del viento. Una pared se desploma y se convierte en un montoncito de piedras donde alguna cabeza derramará su sueño. Tenemos por delante noches enteras para señalar lechuzas con la nariz, amaneceremos con la boca llena de estrellas.

Publicado en el diario La Urraka Cartagena

No hay comentarios:

Publicar un comentario