Desde los tiempos de Caín y Abel la humanidad ha sido violenta, la principal causa de la violencia humana ha sido la disputa del territorio. Cito a estos personajes bíblicos porque es el antecedente histórico, que se conoce en nuestra cultura cristina como el primer homicidio, producto de la envidia.
En una escena poética de la cinta argentina “El lado oscuro del corazón”, del cineasta Eliseo Subiela, narra cómo un artista en una obra pictórica pretende sustentar, que el triunfo de la vida sobre la muerte será el amor. Aaunque la pintura finalmente resulte un insulto para la creencias cristianas, la tesis no es descabellada, que para vencer a los criminales, sólo se necesita que amen a la humanidad por encima de los apetitos del poder.
Esa falta de amor a la humanidad es la que siempre nos ha mantenido bajo la violencia y el crimen. En un reciente artículo escribíamos del problema mental que tenemos los humanos para impartir injusticias, hoy cuando las noticias nos actualizan de los últimos hechos de sangre en Cartagena de Indias, nos ratificamos en todas sus partes, lo que argumentamos en la anterior nota ¿Problema de salud mental?
Voy solamente a referirme en esta reflexión, de forma muy liguera sobre tres casos de homicidios registrados en los últimos meses en Cartagena y Magangué, donde las víctimas han sido mujeres compañeras y ex compañeras de sus criminales.
Hace más de dos meses en Magangué un desmovilizado de las AUC, grupo paramilitar, asesinó a su ex mujer por un ataque de celos, fue un acto criminal con mucha sevicia. Hace un mes un policía, quien había estado en una zona en conflicto, también por desconfianza le quitó la vida a su mujer con nueve impactos de bala, en la misma escena hirió a su hija, hijastros e intentó suicidarse.
Un fin de semana, un ex guerrillero de las Farc, asesinó también con sevicia y paranoia a su ex novia, una joven de 20 años, a quien lesionó con arma corto punzante y después le roció gasolina y la quemó el 90% de su humanidad.
Los tres casos, se asemejan entre sí, no sólo por el hecho que las víctimas sean mujeres y hayan sido compañeras de los homicidas, sino que eran hombres pertenecientes a grupos armados, personas enseñadas, al uso de las armas y posiblemente a matar.
La situación es compleja porque con estos actos, totalmente de psicópatas, nos queda claro que la guerra que ha vivido el país en sus distintos escenarios, pese de los procesos de reinserción, para el caso del guerrillero y paramilitar, estos hombres en su mente el ejercicio de la tortura para cometer el asesinato contra un ser amado, posiblemente no se desvirtúa en nada a los atroces hechos que sus organizaciones armadas protagonizan en la violencia social de Colombia.
Ahora viene nuestra responsabilidad social, nosotros desde los medios de información, además de reportar estos hechos como un legítimo derecho, nos corresponde generar reflexión y no sensacionalismo, soy un convencido que esta última herramienta comunicativa es sin duda un elemento atractivo para que hoy las mujeres compañeras y ex compañeras no sólo de policías, paramilitares, guerrilleros, militares, delincuentes, desempleados o hombres del común, entre ellos muchos profesionales, tengan temor de que se están o se acostaron con el enemigo.
Para mí el sensacionalismo es un estimulador y es sin duda también un régimen de terror para las mujeres. Por eso, este tipo de noticias deben de tener otro lenguaje, que nos permita llegar a la reflexión, tanto para quienes las escribimos como para quienes nos leen.
Sin duda, me identifico con el argumento de Subiela: “sólo el amor permitirá que la vida triunfe sobre la muerte”. Porque cuando desde nuestra pluma y desde todos los procesos de paz que necesita el país, le ponemos el sentido que la guerra se acabó porque ahora hay amor, que el perdón es un ejercicio de recordar sin dolor para que muera el rencor, seguramente, serán muchas las razones de amar y no matar.
Rodrigo Ramírez Pérez, director.
Publicado en el periódico La Urraka Cartagena
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