Hay una ventana que se abre al cielo,
un trozo de universo,
un instante tejido de algodón
que me ofrece el poema,
y a la vez nada.
Hay una cama destinada a mis huesos,
cerca, muy cerca,
hermoso como ninguno,
luce su rostro.
Lo miro, siempre lo miro,
que nadie borre el discreto carmín
de sus labios.
Mi musa de blancos,
y grises aterciopelados.
Mi lazo en la trenza,
Mi sonajero en el pecho.
Único rumor de estrellas en el templo,
donde la soledad, no es soledad,
si tras la puerta aúlla la ternura.
Consuelo Jiménez
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