¡Qué día luminoso! El sol estalla como nova rutilante; se cuela entre las hojas doradas de los árboles que titilan como farolas de luz.
El otoño está en acción. El sepia es el rey de los caminos, se adueña de los campos, de los valles, de los bosques; juega con las aguas de los ríos; se apretuja en las aceras y en remolinos ascienden como jugando a la ronda con duendes invisibles vestidos de cobre.
El paisaje cambia de ropaje; solemne, raro…, nostálgico, devorando los últimos vestigios de un verano tórrido y fragante.
La melancolía se tiñe violácea, se posa en la mirada y en los resquicios de mi alma; en el rocío quebradizo y en la niela algodonosa segando de un manotazo los días de verde fulgor.
La ventisca ayuda a tapizar de purpúrea el bordado manto del anochecer.
Mis pensamientos caen como esas hojas secas, se arremolinan y se esconden como luciérnagas ciegas.
Las emociones muerden y explotan sabiendo que el otoño también llegó a mi vida, a mi alma, a mi andar vacío con brumas de un pasado de gozoso solaz.
Respiro profundo; inundo mi cuerpo, mis venas, mi sangre con olor a tierra, a nardo, a heno y ya no cuentan los años, ya no importa el calendario; no importa el reloj y sus horas, minutos y segundos… Emborracho mis pensamientos con un horizonte verde, con olor a almizcle, a alba resplandeciente desechando la más profunda solemnidad.
Olga Mary Olymar (Argentina)
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