El verdoso trombón de la charca
impetra quién sabe a qué
si a la fecundidad de su especie
afecta siempre a la lujuria verde
o al imperioso universo que nos rige
bolsa de hormonas que vive apenas
entre dos veranos en el agua inmunda
que resulta intocable: de tanta vida
la muerte que guía las ruedas de los camiones
pasa de largo a la izquierda de sus gargantas
y ellos siguen cantando y quizá diciendo:
yo vi pasar la planta de los rotundos dinosaurios
a menor distancia de donde latía como ahora
¿qué pueden asustarme los dinosaurios
creados por la industria del hombre
qué sus ciudades sus pedradas
ni el odio que ha sembrado por la tierra?
El hijo del chimpancé como su padre
tempranamente se extingue
es seguro
y consigo sus largas peroratas
verde marido de diez mil huevos
cada verano sabe que casi nada permanece
gracias a su cuñada la muerte
y de qué lado de esa pariente
está lo suyo y el mundo de los hombres
hinchado instrumento feliz
que sigue volviendo una tras otra
las hojas de la eterna partitura viva
y que no necesita oír todo el conjunto
para saber que los suyos siguen inundando la sala
donde por un momento contemplamos la orquesta.
Luis Benítez -Argentina-
Publicado en Suplemento de Realidades y ficciones 85
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