Ella logra acallar sus aullidos interiores y se sienta en el sillón que él ha decidido suyo. En el que está frente al televisor. El único de la casa. Aquel donde él reposa después que la golpea. Es enorme y duro. Dentro de los sillones debe ser un coloso. Por excepción ella también se ha servido una de las cervezas que él compra sólo para sí mismo.
Espera. Inmersa en una recién conquistada y creciente serenidad. Él llega, le cuesta abrir la puerta, entra casi a rastras. Acaba de recibir una brutal paliza. Ella se sabe responsable de pagarla. Piensa que cuando invierte sus escasísimos ahorros, los invierte. Al verla en su sillón, se aviva en él la ira que es su naturaleza. Y reúne fuerzas para ir a golpearla.
Ella, de debajo del delantal, saca la barra de atizar el fuego. Se la muestra. Y de un salto se le enfrenta. Lo ve caer. Y se va a hacer la maleta mientras los aullidos del hombre le parecen cantos de monstruo.
Del libro Bla, bla, bla, bla, bla sobre el amor de
FRANCISCO GARZÓN CÉSPEDES
No hay comentarios:
Publicar un comentario