No hay ejecución sin idea, y por ello la expresión humana es transcendental ya que inmortaliza, por decirlo asi, al hombre. La literatura en cualquiera de sus formas (poética o prosaica), y con su extensa gama de aplicaciones, ya sea para el teatro, la radio, la televisión, la prensa o por cualquier medio de difusión hablado o escrito, va dejando la imagen de una época con su historia, sus problemas sociopolíticos, y sus costumbres, lo cual equivale a decir que es la huella del hombre sobre el tiempo. La literatura revela pues, al suceso social, cultural y biológico de nuestro desarrollo humano en el proceso de evolución. Es lógico que la influencia de los clásicos, y los grandes escritores de nuestra preciosa Lengua Cervantina, nos haya dejado grandes enseñanzas y sus huellas internalizadas en nuestra mente; y es también lógico y muy normal que esta influencia sirva para iluminar nuestra ruta, pero no exijamos con cerril capricho, que los nuevos valores que emergen con tánta feracidad y originalidad deban transitar solamente copiando a los maestros antecesores, porque encajonándolos así, mataríamos su espontaneidad, su ingenio, su creatividad y audacia, y entonces el idioma no se remozaría.
Dejemos que la imaginación dé talentos nuevos con su pujanza, y que como una riada de guijarros se desborde; luego busquemos con ánimo estimulante, con un margen de apoyo y elasticidad (no queriendo decir con esto que los juzguemos con un metro permisivo), las gemas que en la playa de su ardorosa creatividad tengan merecimiento. Así, luego iremos al fondo de sus aguas y encontraremos el tesoro. Es necesario exigir para no caer en la mediocridad por una débil aceptación (huérfana de criterios cualitativos) de expresiones futiles, intrascendentes, sin lógica ni talento, ni fondo literario de peso. Pero no objetemos las nuevas obras con demasiado perfeccionismo, aunque ésta sea la meta que el arte demande, porque de esta manera no tendrán oportunidad de surgir y mejorar los noveles que bien pueden ser cerebros con un potencial muy prometedor. No hagamos crítica, intimidante, acerba, derrotista ni destructiva. Hagamos la crítica que por sana, clara y noble, sea estimulante y constructiva, mostrando soluciones y avenidas, porque de otra manera, el miedo al rechazo puede hacer presa fácil en los espíritus tímidos, y asesina por decirlo así, su inicial y audaz propósito de expresión y entonces, el verbo floreciente muere en la boca inteligente sin haber enriquecido quizás nuestro idioma.
Demos cabida a inquietas tendencies para que al manifestarse, sepamos de los nuevos valores cualitativos y cuantitativos en su producción; luego podrá venir la vendimia y con ella la escogencia. Mas inicialmente, permitamos que noveles exponentes, den muestra de su ingenio y su talento creativo y artístico con nuevos estilos y modalidades, bajo la impronta personal de su autoría. De esta manera habrá espíritus de superación, y no valores en derrota. De lo contrario, estaremos estancados porque no habrá transformación, y a lo mejor muy dolorosamente, habremos asfixiado los genios de una generación.
Repito que si la crítica es demasiado acre y severa, quien no tenga un espíritu recio y tosudo y una voluntad persistente, no superará el desaliento y como un bosquejo borrado para siempre del lienzo de nuestra cultura, caerá en el silencio y en la sombra. Y sin despertar más el argumento y la semilla latente, dando rienda suelta a su ingenio y a su inspiración o fantasía, desertará de su empeño sin haber pulido su oro maleable. Por todo lo antes dicho, el oficio de quien hace crítica no es fácil, y demanda de quien lo ejerce, no sólo conocimiento, sino también juzgamiento moral muy decantado y noble que ademas no esté condicionado por ideologías políticas ni religiosas.
Respetando las normas de la gramática y la lingüística, y tratando de cumplir con el lema de la la Real Academia Española de la Lengua: limpia, fija y da esplendor, apoyemos con entusiasmo a los nuevos escritores. Con disciplina e imparcialidad, estimulemos a nuestros voceros y escritores, dando así cabida a la palabra aireada, renovada que camine del brazo de la nueva generación, con los problemas inherentes a la época actual, los que conciernen a la convivencia de los pueblos y razas. Así con el milagro de la palabra noble, honesta, entusiasta, optimista y feraz, y laborando con acuciocidad., empeño y fraternidad, descubramos nuevos valores; cuidemos con celo el sagrado filón de nuestro idioma castellano y hagámoslo trascender
Leonora Acuña de Marmolejo
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