Refugiado en la negra noche
parece la razón de su existencia
el místerio que envuelve el laberinto
de la más profunda de las cuevas,
dónde se haya oculta la semilla
de su esencia.
Al borde del acantilado, fantasía
de ese juego imposible de contar
una a una las olas. Mitología
de la velada presencia de ese frenesí
que envuelve la pasión de un pensamiento.
Es el tiempo de escuchar los silencios
dulce melodía de luna, ¡Plenilunio!
Mientras la mar, madre, juega a las olas
en el interior de una caracola.
¡Ahí, ya solo queda el laberinto de su existencia!
Francisco Javier Díaz Aguilera.
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