Era verano y habían pintado los plátanos.
Era imposible la siesta en el Packard
quieto al fondo del galpón hacía años.
Igual entré. Siempre una revista vieja,
el monopatín del hermano, un rastrillo
servían para llegar en silencio al atardecer.
Allí me alcanzaron las voces calientes,
diminutas, compactas, para mis cinco años.
Me llevaron hacia la caja de los sombreros,
el carrito lechero y el manojo de sombrillas.
La lata derramaba puntillas y botones de nácar.
En las paredes pulidas resbalaban y caían,
rosados, pelados, ojos, colas: ratoncitos
que todavía para el niño no se llamaban.
Maruja me lo dijo y llenó un balde de agua...
Dejó de asombrarme la vida
y temí que fueran tan bellos,
tantos,
tan violetas los malvones.
Fernando E. Juanicó -Uruguay-
Publicado en la revista Oriflama 32
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