No podría retenerte siquiera
en la destreza del verso o la palabra
ni en el discurso de oraciones sumarias
ni en su cadencia precisa y tasada.
También sé que no podría atraparte
con la mirada de tarde nebulosa
ni con esa música de fría sombra
que suena en los umbrales de la muerte.
Eres libre en tu espesura de alas
te mueves en el silencio del misterio
llegas a mis ojos cansados de sueños
y te vas tras los cuchillos del alba.
Sé tantas cosas de ti que me asusta
creer por un instante que, cuando miras,
veas atisbos de promesas perdidas
o una embriaguez de pasiones eternas.
Te he visto tantas veces desterrada
naufragar por tus viejas islas sin agua
que cuando volvías, aún derrotada,
te ardía el fuego azul de la distancia.
Te he visto muchas veces tan ausente
que no llegan a ti mi voz ni mis manos
te detienes en los caminos sombríos
que se abren en el albor de tu mente.
Derribé las paredes y las puertas
y supe que, cuando quisiste quedarte,
construiste tu propio refugio de aire
donde solo entraban tus viejas sombras.
Conoces mis sueños y mis delirios
cuando mis ojos se preñan de la rabia
por no poder sacar de su sitio al alma
y volverla a su origen y principio.
Me miras con soez indiferencia
de entender cuál es en el fondo mi drama
mientras yo te observo siempre atormentada
sin comprender nunca lo que te pasa.
Isidoro Irroca
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