jueves, 4 de mayo de 2017

ENTORNO HOSPITALARIO DE LA ABUELA


Refugio a donde viene la prisa a sosegarse,
regazo de ternura que todo lo comprende,
espejo confidente, llave de soluciones,
quinqué de los desvelos es la abuela y alumbra,
a los que se arraciman en torno a su sosiego
con su sencillo oráculo de advertencias usadas.

Cuando se queda a solas como una luna insomne,
en su ensimismamiento enmarañada toda,
en su remanso teje los rezos por los suyos
con el gato a sus pies, que aprende la molicie
de su quietud de pueblo perdido entre los siglos.

Fortín de resistencia de infortunios voraces
que no puede asaltar del todo la tristeza.
Plumón de la familia, cobija los fracasos
mordidos por las lágrimas, y remienda ilusiones
de los que le rodean como ramas a un tronco
con corteza de savia alimentando sueños
con olor a resina de ejemplos amorosos,
con vigilias que laten por temor de su gente,
cofa de observaciones que a todo se anticipa
y calma las quejumbres de tullidas carencias
desmenuzando a migas su pensión tan enjuta.

A fuer de doble madre, todos la han hecho ya
ovillo de los años y madeja de anécdotas,
rueca donde devana sus trilladas manías,
anacrónica agenda con desgastadas señas
y desembocadura de las preocupaciones.
Su rostro es palimpsesto en el que si se rasca,
podemos entrever ajadas escrituras,
signos, rayas a modo de feas cicatrices
de historias a que pone mordaza de sonrisas
como minimizando escozores del día,
como quitando púas a las contrariedades,
como untando su miel de concordia en las riñas.

La evocación le trae, sin querer, esos restos
de otras épocas muertas que en su calor reviven:
nombres, caras del barrio que se difuminaron
con el borrón de luto que les puso la muerte
y que dejó un adiós flotando en su memoria.

Es ángel tutelar de la casa y, a veces,
suma con sus dos manos un esfuerzo a la briega
como resucitando los viejos delantales.

Rito de lentitud con su pausa de bueyes
que rotura los surcos del trabajo doméstico
es su ayuda, la brújula de navegar la casa.
Desván de lo pasado, se mete en él a veces,
y mantiene encendida la vela del recuerdo
por todos sus difuntos en altar de suspiros;
se ausenta de sus gestos como si devanara
hilazas de un ayer, un idioma empolvado
que tan sólo ella entiende y no traduce a nadie.

Se irá la abuela un día dejando un socavón
de ausencia en ese hogar del que fue su guardiana
de tradiciones, viejo ropero de costumbres,
sayal apolillado de las generaciones
con que se viste el tiempo en su rincón de sombras.

Del libro Siempre poesía de Juan R. Mena -San Fernando (Cádiz)-
Publicado en la revista Arena y cal 248

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