Mueren las horas. Se caen las auroras del día. Naufragan los sueños. Luego entonces, surgen las sombras de esta noche en la ciudad del crimen. Y con una precipitada voracidad renace la incertidumbre, para descollarse en más homicidios.
En tanto, tras este lóbrego suceder de tinieblas, va reapareciendo una mujer delgada. Ella deambula por la calle oxidada. Camina sola y cabizbaja, con la mirada perdida en su interior. A su instante, va preocupada y percibe un ahondado temor en su flagelada alma. Descubre, las ráfagas del mal que parecen recorrer su cuerpo, agolpando la ebriedad suya, que la consuma.
Más acosan las doce nocturnas; el espacio roto en que salen los espectros del patíbulo para espantar a los ángeles. Y llueve con relámpagos. Mientras, la joven atraviesa las luces de los faros por una calzada. Trasciende a paso presuroso, bajo la leve penumbra. Lleva su falda de color blanco, un tanto húmeda. Según el ritmo, ve de lejos hasta el fondo donde de a poco se va difuminando el ambiente.
Por otra parte, hay un hombre aparcado en la esquina inmediata. El desconocido; tiene cara de pícaro, sus cabellos son largos, usa una chaqueta negra. Al parecer, se esconde con sagacidad, entre los resquicios, espera por su víctima.
No obstante, la vagabunda alcanza a distinguirlo. Ya sin mente, disminuye su andar con algo de disimulo. Trata de no enfrentarlo a los ojos en vez como comienzan a hacerse los segundos más terroríficos.
Luego, ella dobla hacia la derecha por una desembocadura para evitar al putañero. En causa, todo se carga de dolor y frenesí agobiante. Según lo variable, su odio femenil acaba por regarse como una ola sucia. En el pensamiento, sabe que debe enfrentarlo o si no podrá ser asesinada por ese rufián. Desigual; ella permanece con su rumbo; cruza por unas casas tenebrosas, sortea varias ratas de alcantarilla y veloz se aproxima hasta la avenida del vicio más que torrentoso.
En cuanto al cegador; elige perseguirla con sigilo. Pasa a saltar unos charcos de agua, sin hacer ruido. Acto seguido, saca su revólver de atrás del pantalón suyo. De continuidad, da otras tantas pisadas por entre la oscuridad, evitando los reflejos luminosos.
Por suerte, ella logra pillarlo de reojo. Así que ágil, alista su navaja de tal modo como se ubica detrás de un poste. Según lo decisivo, aguanta sola hasta que aparezca el maleante de negro. Y furiosa entonces; apenas lo ve asomar la cara; sale a su contienda, le lanza una cuchillada al cuello, lo desangra con repulsión.
RUSVELT NIVIA CASTELLANOS -COLOMBIA-
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