Cuántos años han transcurrido ya, de los cuales aún guardo memoria, (cuando en mi juventud), mochila al hombro, un te quiero, un adiós y un no me olvides, fueron parte de mi equipaje, cargado de expectativas, ilusiones y sueños por cumplir y aventuras por vivir...
Tras la ilusión del porvenir, abandoné el nidal que tanto amaba, pues habiendo ya crecido mis alas, no me podía quedar, tenía que volar en aras de los vientos de libertad, hacia un cielo incierto, y poco importaba el lugar donde tendría que pernoctar o arribar, pues aquí, ya nada había para mí.
Solo, triste y confundido, con sentimientos encontrados y el corazón partido, me hice al inexplorado mar de la aventura, con una lacerante pena enclavada en mi corazón, pero firme en mis convicciones. Así abandoné el hogar, dulce hogar, para ir en busca del porvenir.
Llorando partí y volteé atrás una vez tras otra, para ver lo que fue mi hogar, hasta que lo perdí en el horizonte y me enpantané en mis pensamientos.
Ya instalado en la capital, hoy puedo decir, que no me fue mal. El tiempo a veces amigo y otras tirano, me permitió cumplir algunos sueños, pero al nidal que tanto amaba ya no pude regresar.
La vida fue generosa conmigo y me permitió siempre volver, _cada vez que sorpresivamente de visita regresaba_, entreabierta la puerta encontraba, y tras ella, como si me hubieran estado esperando unos brazos abiertos y extendidos, como si mi partida la hubiera crucificado, entonces comprendí que así crucifican a su madre los hijos que se van...
Hoy volví como tantas otras veces, con el mismo sentimiento en mi pecho ardiendo de alegría y de emoción. Llegué tarde y la puerta estaba cerrada, como cruel presagio de lo que sucedería al abrirla.
Toc, toc, toc... Asombrada ella la puerta abrió y la sonrisa que yo, para ella llevaba, quedó en mi rostro desdibujada, en seguida preguntó: ¿qué desea señor, a quién busca? (Como si se tratase de una broma de parte de ella, seguí) :
_¿Aquí vive la señora María Urquiza...?
- Sí, respondió, con ella habla, entonces yo proseguí,
- Dígale, que su hijo George Rivas Urquiza a venido a la visitarla.
Entonces cayendo la venda de sus ojos, abriéndose las puertas de su corazón de par en par, a su hijo primogénito abrió. Esa puerta esperada, una vez más se abrió y abrazándose a mi cuello desconsoladamente lloró y lloró tanto, como lo hice yo.
Ignoro cuánto tiempo pasó, lo único que sé, es que ambos liberamos todas las lágrimas por años contenidas y que como antaño, cuando en ese abrazo de despedida, se fundió en uno solo su corazón y el mío, hoy en las postrimerías de nuestras vidas, en ese tierno abrazo, infinito y eterno, nuestras almas se volvieron a fusionar en una, para nunca volverse a separar.
Luego de ese lloro y filial interminable abrazo, entendí tantas cosas, entendí cuan efímera es la vida, cuan veloz avanza el reloj del tiempo, como los pétalos de las flores se desprenden una a una por acción de la gravedad y como la vida poco a poco se desvanece, como una espiral que crece y crece...
Ayer ella guiaba mis primeros pasos hoy del brazo le ayudé a subir las escaleras, pero en nuestros recuerdos siempre llevamos una sonrisa de aquellas tantas primaveras que en la flor de la vida, disfrutamos juntos entre el oro y verde las sementeras...
Lo que expreso aquí, no es poesía, es tan solo el sentir de la vida mía, todos tarde o temprano llegaremos a viejos, sin que haya reclamos ni festejos. Pues la vida pasa y pasa, pero el amor queda, sin importar los años, si estás de subida o ya bajando los peldaños...
George Rivas Urquiza -Perú-
De reflexiones de mi vida.
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