lunes, 28 de diciembre de 2020

TÚ NO TE METAS


Tu rostro es la vanguardia,

tal vez llega primero

porque lo pinto en las paredes

con trazos invisibles y seguros.

(Mario Benedetti)


Querida Manoli:

“Pero tú, por favor, ¡tú no te metas!” me rogaste tomándome las manos cuando

quise corregirte con la uña el rímel en el párpado derecho y descubrí sin querer el moratón y me

fijé en tu rostro y encontré más heridas y murmuré: “¿Ha sido él? ¿Ha sido Man...?


“¡Tú no te metas!” me habías repetido mil veces por la ventana, por teléfono o por

la mañana en los años que fuimos vecinas de bloque y yo escuchaba voces y ruidos por el patio.

Una vez hasta dejé de hablarte durante semanas por lo borde que te pusiste al día siguiente

cuando te pregunté en el autobús. “¡Tú no te metas!” insistías furiosa, entre lágrimas, mientras

apretabas la mano de los niños.


Luego te fuiste al adosado y cada vez que quedábamos para vernos tenías que

inventar algo porque a Manolo ya no le gustaba yo ni ninguna de tus amigas y estabas pensando

dejar el trabajo porque él decía que él ganaba para los dos, que no te hacía falta, que la

urbanización estaba lejos y que si los deberes de las mellizas... y me repetiste “¡Tú no te metas!”

cuando yo le diría cuatro cosas a Manolo.


“¡Tú no te metas!” me dijo Manolo amenazándome con el dedo cuando me lo

encontré de frente en la calle y le di dos besos y lo abracé y le comenté que te había visto triste las

últimas veces y quise saber si pasaba algo entre vosotros. Desde entonces me niega el saludo y

se cambia de acera para no mirarme.


“¡Tú no te metas!” me aconseja Juan si ve dibujada la angustia en mi cara

cuando miro las fotos de los cuatro en aquel viaje de juventud, mochilas y bocatas por Cazorla.

Me escucha, oye mis temores y me asegura que eso nunca pasará entre nosotros pero al final me

suelta “¡Tú no te metas!”, que Manolo también es nuestro amigo, que ya sois mayores los dos y

que seguro encontráis una solución, que son cosas de la pareja, que no será la primera vez...

“¡Tú no te metas!” me dice tu hermana Chari cuando me encuentro con ella y el

resto de las chicas para reír y contar bromas, sólo que ya no hay bromas y llevas muchas

semanas sin venir y cuando pregunto por ti, un aguacero de silencio cae sobre nuestras

confidencias.


“¡No te metas!”, “¡Tú no te metas!”, me digo cada vez que pienso en ti y quiero

pensar que no será para tanto, que soy una metomentodo, que mi Juan también tiene sus cosas

pero nos vamos arreglando, pero luego me vuelve tu rostro, tus moratones, tu soledad, la forma

de agarrar de tu mano a las mellizas, el dedo amenazador de Manolo, el silencio de nuestras

amigas o la complicidad de Juan, el volumen de los televisores, las ventanas cerradas y me doy

cuenta de que me duele cada bofetada, porque soy tu amiga, porque soy parte de ti, porque

también soy Manoli y soy mujer como tú y no me basta con ponerme un lacito ni morado ni rosa, ni

salir a la puerta del colegio un minuto cada vez que asesinan a otra ni horrorizarme porque

persiguen a Juana o dejan en la calle a “La Manada”, porque para qué haré una huelga cada 8 de

Marzo si luego no me meto hasta las entrañas en tu vida hasta que sientas que tu miedo y mi

miedo son el mismo pero que juntando nuestros valores con el de Juana, con el de Fátima, con el

de tantas otras somos imparables, invencibles. Y me meto, Manoli, me meto en tu vida y en la de

Manolo, porque no es tu vida solo, es la mía, la de todas las mujeres, y cruzo la calle y me pongo

frente a él en la acera y le miro a los ojos y le llamo machista de mierda y maltratador aunque

Juan se descuelgue de mi brazo y se retrase azorado y tú, que caminas unos pasos por detrás con

los ojos en el suelo, te interpongas y me supliques “¡Tú no te metas!” y yo te digo que no puedo

meterme... porque nunca estuve fuera. Lo señalo con el dedo y recibo su bofetada y caigo al

suelo y veo a Juan correr desde la otra acera hacia nosotros y la gente se arremolina y se

interpone y aún escucho por encima de mi oído lastimado que sangra y zumba como en las afueras

del corro que se ha formado alguien le dice a alguien “¡Tú no te metas!” y yo me meto aún más

porque siento que todos me miran como te miran a ti siempre, Manoli.


Y él, Manolo, huye rugiendo como el animal en que se convierte cada vez que

te maltrata, te humilla y tú no sabes si acercarte a mí o ir a buscarlo y cuando la policía llega y yo

te señalo a ti y a la rata que se escapa, me ruegas con los ojos “¡No te metas!” .


Hasta el alma, Manoli, me metí hasta el corazón mismo. Te veo hablar llorando

con la policía e intuyo que, por fin, lo estás contando todo porque nadie viene a decirme “¡Tú no te

metas!”, “¡Usted no se meta!” y Juan me abraza culpable cuando me acompaña al Centro de Salud.

Desde el taxi, veo a Manolo esposado entre dos mujeres guardias que lo introducen en una

patrullera.


Has vuelto al piso de tus padres. Ayer te vi pasar fugaz por la puerta de mi

bloque con las mellizas de la mano y te paraste un momento y miraste hacia arriba. No coges mis

llamadas ni contestas mis mensajes pero te envío esta carta para que sepas que aunque ahora

oigo un veinticinco por ciento menos, sigo queriendo escucharte, te busco y te pararé en la calle y

que las llaves de mi casa que aun conservas significan que tú también sigues dentro.


Contigo, Lola

 Juan L. Rincón Ares


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