Ella no se lo come a mordidas. Lo muerde una vez como quien avisa. Y gira emprendiendo la marcha. Tan suave y seductoramente lo muerde, que él ansía lo devore. Y desesperado por ser, y no sintiéndose objeto de deseo, él comete el error de ir tras ella y zarandearla. Ella, ofendida en su generosidad, tampoco en esta ocasión se lo come, se limita a dejarlo, en pedazos ensalivados, para las hienas.
Del libro Bla, bla, bla, bla, bla sobre el amor de
FRANCISCO GARZÓN CÉSPEDES
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