Ven por la ventana de la vida, asómate al balcón de las
incertidumbres, verás que sigo aquí, recordándote, hablándote en
silencio como tú bien hacías. Y bien cierto será que no te ponga
flores, crisantemos, caléndulas o rosas. Sabes, que a mí la
piedra me causa calofríos, prefiero estar contigo en el sueño y el
rezo, mas no vengas cargado de angustias ni de espadas, tus
páginas se fueron cargadas con la cruz, esa cruz que llevamos
desde que amanecemos, germinados de sol o de alba en plena
noche.
Y te he soñado, padre, ya me quedo tranquila, pues veo que te
llevo como se lleva a Dios, tan dentro de mi alma, de mis
entrañas dentro, que sé que has alcanzado el sendero de amor y
desde allí contemplas el temblor de la arcilla, la arcilla que ya
sabe tu mágica emoción. ¿Ves el mar que me canta?, ¿ves mi
rostro observándote? No quiero que deambules por áridos
desiertos, sangrando aún tu herida, tu fiebre, tu delirio.
Cangilones del viento van ahogando tu grito, ése que se quedó en
mi pecho horadado. Por eso quiero, padre, que cantes hoy
conmigo por todos los océanos por donde navegamos. Tus ojos,
hoy lumínicos, desandan el cansancio, que te llevó sin duda al
fondo del abismo. Pero yo te rescato con mi amor, padre mío, y
seguiré soñando para tenerte cerca. Mis pupilas dormidas en la
noche, se encienden, y vuelan las oníricas playas donde tú ya
relumbras.
Y hablas, padre, hablas, te escucho adormecida. Escucho al fin tu
voz que se fue cielo-adentro.
Isabel Díez Serrano -España-
Publicado en la revista Oriflama 27
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