miércoles, 30 de diciembre de 2015

EL RUMOR DE LA TORMENTA


El viento arreciaba y las nubes parecían precipitarse sobre los árboles del jardín, las hojas parecían montículos de ropajes desechados y las ramas silbaban al quedar desnudas, entonando canciones fantasmagóricas. Se asomó al exterior y una ligera brisa movió las páginas del libro abierto sobre la
mesa, leía: “Caminas con los naipes del otoño a la vista. Con candidez aprehendida recibías el tacto del vestido y se inventaba el mudo lenguaje de los gestos...”
La lluvia comenzó a dejar su huella de arroyuelos en los cristales, maquinalmente, separó los visillos, empañó de vaho el interior y dibujó un corazón sobre el cristal. El ruido de la tormenta se mezcló con el rumor de unos pasos que se acercaban. Tensó el busto y borró precipitadamente el corazón.
El atardecer había sido tragado por la negrura y gruesos goterones impedían vislumbrar el exterior. Fue hacia el interruptor de la lámpara y una respiración entrecortada se interpuso, los latidos se aceleraron al percibir un murmullo de palabras inconexas en el oído.
La frase quedó cortada: Has vuelto, otra vez...
El rumor de un “no, no”, quedó apagado entre los labios vibrantes. Las facciones se iluminaron con fuertes destellos amarillos, la oscuridad se hacía visible a intervalos de las ráfagas que hacían aparecer como espectros los muebles, los libros, los cuerpos. Las bailarinas de Degás se iluminaban con violentos matices. Los brazos atraían, rechazaban sin convicción, hacían crujir los tejidos. Singulares luces de colores erizaban las minúsculas células de la piel, describían pequeños ríos, sensaciones largo tiempo aletargadas. Recordó: “Y el ácido placer se entrega, con caricias de preámbulos...”
Se estaba bien así, en el mullido sillón que amortiguaba el fragor de los latidos, el zumbido de los susurros entretejiéndose, formando un extraño dialecto de frases inacabadas. Trató de no moverse, de fijar la mirada en las palabras escritas: “Fue mucho más tarde que supiste de la entrega de la lluvia en tu corteza...”
Las brumas se disiparon con el chasquido de la llave en la cerradura. Un sobresalto se precipitó en la sala, una imprecación siguió al ruido de una silla al caer, inundó todos los demás sonidos. El sortilegio se había quebrado. Una voz aguda sonó en el vestíbulo.
- ¡Vaya golpe que me he dado! ¿Qué haces con las luces apagadas?
- Estaba leyendo.
La luz de la pantalla iluminó el libro.
- Deberías haber encendido el farol de la puerta. ¿Has pasado miedo?.
- ¡Oh, no! No estuve sola.
- Tú y tus libros
Una sombra se deslizó hacia el jardín. El rumor de la tormenta se alejaba.

Rosa Jaén -España-
Publicado en la revista Oriflama 27


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