Soñé tu cara cuando supe
que habías reinado por un verso.
Bogué tu nombre
sobre un río de cotas de malla,
con lorigas de hielo verde
rizando su superficie.
Perseguí tu enigmática sonrisa
en el espejo del calmo estanque
que te reflejó en el Alcázar.
Adiviné tu cara de diosa
tras viejos tules de tiempo.
Busqué tu perfecta silueta
por los rincones perdidos del jardín
donde los almendros nevaron tus deseos
y te sentí recorrer el laberinto de las venas
para cambiar el curso de mis días.
Siempre supe
que me complicarías la vida,
que tendría que perseguir eternamente tu sombra,
que me exigirías absoluta entrega
sin entregarte nunca,
que me harías sufrir,
que perdería amigos,
pero que, aun sin alcanzarte,
también me colmarías de dicha.
Por eso seguí tu estela de versos,
me consagré a tu nombre
y llevo tres lustros tras seis letras
convertidas en bandera de arte
mientras grito a los vientos tu nombre:
Itimad.
Agustín Pérez González (Sevilla)
Publicado en la revista Aldaba 28
No hay comentarios:
Publicar un comentario