jueves, 31 de diciembre de 2015

POZOS CAVADOS EN EL AIRE


El hombre o la mujer se separa, se divorcia, se encuentra de pronto que está solo. Puede que al principio sea la alegría de volver a verse a sí mismo, de levantarse a las cuatro de la mañana a escuchar música y seguir durmiendo, de comprarse o hacer lo que se le da la gana para comer.
La cita con la soledad verdadera está pendiente. Esta finalmente llega.
Algunos se acostumbran y quedan de vuelta, se resignan a no ser más hombre o mujer sino un cierto ser vagamente sexuado, cosa que se nota en si usan pollera o no, por ejemplo. Y riegan las plantitas, y quizás acaricien un perro o un gato para sentir algo tibio bajo las palmas. Por la noche abrazan la almohada, ciertamente.
Ocurre, a veces, que se convencen de estar bien y de ser felices. Otras no, otras veces se dan cuenta, y evitan esos parques y esas paradas de colectivo donde duele el apretarse ansioso de los cuerpos de los adolescentes. Miran para otro lado, se acarician el brazo izquierdo con la mano derecha sin reparar en ello, como si fuese sólo una costumbre; me pica un granito, me quemé por el sol; y la mano propia que no alcanza a ser contacto genuino pero que atempera el desaliento.
Y afuera no hay nada. No hay nada de nadie.
Viven en pozos aéreos, rodeados de tierra invisible, enterrados enterrados y caminan sin ataúd.
Y ya no se animan. Tienen miedo.
Una sola mano que atraviese el océano etéreo basta para desaparecer el hechizo. Un roce de veras, una caricia que haga abrir los ojos al Lázaro deambulante.

Los pozos cavados en el aire existen. La infinita soledad que se derrumba de una vez y sin estrépito, que limpia la atmósfera, que demuestra que siempre es nunca demasiado tarde para extender el brazo, para abrirse al porvenir, para vivir de la ilusión. Eso también existe.

CLARICE LISPECTOR (Brasil: 1920/1977)
Publicado en Gaceta Virtual 108

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